La figura del Papa ha sido, a lo largo de la historia, un símbolo de gran poder político y religioso. Desde sus inicios, el papado no solo ha representado la guía espiritual del cristianismo, sino que también ha desempeñado un papel fundamental en la configuración de alianzas y conflictos entre reinos y emperadores. Sin embargo, esta influencia no siempre ha estado en manos de los más piadosos, y la historia del Vaticano está lejos de ser impoluta. A lo largo de los siglos, la Santa Sede ha sido escenario de intrigas, luchas de poder y episodios tan extraños como el infame Sínodo del Cadáver, un juicio macabro que marcó un precedente insólito en la historia de la Iglesia Católica.
Un papa que no pudo defenderse
Este evento tuvo lugar a finales del siglo IX, una época de profunda inestabilidad tanto para la península itálica como para la propia Iglesia. La figura del Papa se había convertido en un instrumento clave en la lucha por el control del Sacro Imperio Romano Germánico, lo que hacía del papado un cargo peligroso y altamente disputado. Entre los años 872 y 965, se sucedieron 24 papas, y durante un periodo de nueve años, la Iglesia tuvo un nuevo pontífice cada año.
En este contexto, el Papa Formoso ascendió al trono pontificio en el año 891. Su historia previa ya estaba marcada por conflictos políticos: antes de ser Papa, había sido obispo y un personaje influyente, especialmente en Bulgaria. Su creciente popularidad y su intervención en los asuntos del Sacro Imperio Romano lo convirtieron en un enemigo de otros sectores de la Iglesia. De hecho, el Papa Juan VIII lo excomulgó en el 872, acusándolo de conspirar contra el papado y de aspirar a ocupar la sede pontificia de forma ilegítima. No obstante, tras la muerte de Juan VIII, Formoso fue rehabilitado y en el 891 fue elegido Papa.
Como pontífice, Formoso se vio atrapado en la lucha entre dos facciones que disputaban el trono imperial: Lamberto de Spoleto y Arnulfo de Carintia. Inicialmente, Formoso coronó emperador a Lamberto en el año 892, pero más tarde, en 896, cambió de bando y apoyó a Arnulfo, quien invadió Italia y se proclamó emperador. Sin embargo, la muerte de Formoso en 896 y la rápida caída de Arnulfo hicieron que los seguidores de Lamberto retomaran el poder, lo que desembocó en una venganza sin precedentes.
Un juicio macabro
En enero del año 897, el Papa Esteban VI, aliado de Lamberto de Spoleto, ordenó desenterrar el cadáver de Formoso y someterlo a juicio en lo que se conocería como el Sínodo del Cadáver. El cuerpo, ya en avanzado estado de descomposición, fue vestido con los ornamentos papales y colocado en un trono para enfrentarse a un tribunal eclesiástico.
Las acusaciones en su contra no eran nuevas: se le imputaban cargos de usurpar el papado, violar cánones eclesiásticos y ocupar simultáneamente varias sedes episcopales. Sin embargo, el juicio estaba viciado desde el principio. Un sacerdote fue designado para responder en nombre del difunto, pero su silencio fue interpretado como admisión de culpa.

El veredicto fue contundente: Formoso fue declarado culpable, sus decretos y actos papales fueron anulados, sus vestiduras fueron arrancadas de su cadáver y tres de sus dedos de la mano derecha, usados para bendecir, fueron amputados. Su cuerpo fue inicialmente enterrado en una fosa común, pero poco después fue arrojado al río Tíber.
Un castigo que saldría caro
El macabro juicio generó una indignación generalizada entre el pueblo romano. Cuando el cuerpo de Formoso fue hallado en la orilla del río, comenzaron a circular rumores de que obraba milagros, lo que intensificó el rechazo popular hacia Esteban VI. En pocos meses, el pueblo se rebeló contra el pontífice y lo depuso. Esteban VI fue encarcelado y estrangulado en su celda, poniendo fin a su breve y escandaloso papado.
El sínodo fue declarado nulo por el Papa Teodoro II en el 898, quien rehabilitó la memoria de Formoso y ordenó que su cuerpo fuera enterrado nuevamente en la Basílica de San Pedro con todos los honores. Su sucesor, el Papa Juan IX, también condenó el juicio y prohibió futuros procesos póstumos contra papas fallecidos.
El Sínodo del Cadáver sigue siendo uno de los episodios más insólitos y oscuros de la historia del papado. Muestra hasta qué punto la política medieval podía deformar las instituciones religiosas, convirtiendo la sede de San Pedro en un escenario de venganza y juegos de poder. Aún hoy, este juicio post mortem sigue siendo un símbolo de cómo la ambición política puede llegar a extremos macabros, incluso dentro de las más altas esferas del cristianismo.
Imagen de portada: Jean-Paul Laurens, El papa Formoso y Esteban VI (1870). (Dominio público)