Pelucas y postizos: cabello artificial en el mundo antiguo
A lo largo de milenios, la humanidad ha remodelado su aspecto con una inventiva sin límites mediante el uso de tocados, pelucas, extensiones de cabello y sombreros, sirviendo a una diversidad de fines. Estas manifestaciones de pelucas conservadas son un espejo que refleja no solo las tendencias de moda, sino también las complejas expresiones culturales de civilizaciones pretéritas, ofreciendo un vistazo fascinante a la existencia diaria de nuestros ancestros.
Pelucas egipcias antiguas
En los albores de la historia documentada, las primeras pelucas y adornos capilares surgieron en la milenaria civilización egipcia. No eran meros accesorios; en la compleja jerarquía social, las pelucas se erigían como un distintivo de la nobleza y el poder, un claro indicador del estatus elevado de quien las portaba.
La creencia popular sugiere que las altas temperaturas de Egipto motivaron a sus habitantes a raparse el cabello para buscar alivio, optando por pelucas como escudo contra la inclemencia solar a la vez que conservaban una sensación de frescura. A pesar de esto, las costumbres eran variables: mientras unos optaban por el afeitado total, otros preferían llevar el cabello naturalmente corto bajo sus elaboradas réplicas de cabelleras. Estas pelucas trascendían su función pragmática de protección, convirtiéndose en verdaderas expresiones de la moda y símbolos de la identidad social de la época.
¿Por qué usar una peluca?
En el intrincado tapiz social y religioso del Antiguo Egipto, los detalles capilares resonaban con significados profundos. Durante las primeras dinastías, la barba era un rasgo distinguido, pero con el paso del tiempo, el canon de belleza evolucionó hacia un ideal de piel lisa y sin vello facial; los bigotes se volvieron raros y desusados. La cabeza rapada emergió como un emblema de la aristocracia, y cubrirse la cabeza se convirtió en costumbre extendida entre los egipcios.
A medida que las tendencias de la alta sociedad permeaban las clases, el afeitado completo se popularizó. En contraste, llevar barba o un rostro sin afeitar se asimilaba a un indicio de posición social baja, excepto en periodos de duelo o antes de emprender un viaje. Los nobles se afeitaban con esmero y se adornaban con pelucas, realzando su prestigio en eventos especiales con tocados de gran complejidad. Estas prácticas estaban tan entrelazadas con la imagen de la realeza y el estatus social que incluso se legisló contra el derecho de los sirvientes y esclavos a afeitarse o llevar pelucas, perpetuando así la distinción entre las clases.
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